No me hablaba, me evitaba, de pronto aparecía... ese fin de semana teníamos charlas de esas que me devolvían las ganas, las ganas de luchar, las ganas de soñar, soñar con él, soñar que los sueños que teníamos serían mañana nuestra realidad, una realidad junto a él, él junto a mí, juntos.
Pero otra semana sin hablarme, a veces se hacían dos, y yo volvía a perderme, perdida sin poder hallar mi hogar... siempre llena de dudas, con la cabeza ardiendo de tanto preguntarme, ¿qué es lo que sentirá? ¿si siento que me quiere, por qué me hace daño? ¿no lo ve? ¿como puedo llegar a él?
Leía que le decía cosas a otras chicas,
cosas que no entendía porque se las decía a otras cuando me las había dicho a mi...
se lo decía pero decía que todo eran bromas. Unas bromas que nunca entendió que no me hacían gracia,
que me hacían daño, mucho. Unas bromas que no se hacen si quieres a alguien y sabes que eso le hace sufrir.
Se agota la esperanza, la fe se va a tomar un café y en ese interludio te das cuenta de que te estás humillando a ti misma dejando que te trate como jamás dejarías que trataran a una amiga tuya.
Él no quiere ser el caballero que ves en él, no quiere ser tu caballero, la espada le pesa demasiado,
y ese escudo con el que juro protegerte, no quiere compartirlo contigo, no quiere protegerte a ti,
no quiere que seas su dama y ser tu caballero, no, no quiere nada de lo que dijo con la palabra.
No es capaz de quererme, pero no por la distancia, es porque no quiere quererme,
y yo ante eso yo no puedo hacer nada más que nada.
Eran más semanas las que se pasaba sin hablarme, tenía palabras bonitas para todo el mundo... menos para mí, yo siempre estaba ahí, como un fantasma al que solo miraba cuando a él le apetecía ver.
Cuando es atento, cuando es como es él, cuando es él sin miedo a quererme compensa todo lo demás y por eso no perdí la esperanza y jamás la fe se quedó tan dormida como para tener que irse a tomar un café.
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